miércoles, 10 de febrero de 2010

El muro de las memorias


Pedro Granados, El muro de las memorias (Ithaca, N.Y.: Latin American Books, 1989) ISBN 0-9622876-0-1

"Si el muro es un laberinto y la memoria un espejo, en El muro de las memorias el poeta ya no confirma los signos de la identidad sino la dispersión y el azar de los trayectos. En el exilio, el presente se ha vuelto fantasmático: sólo las palabras sostienen ahora las reafirmaciones del sujeto. Poesía, así, del transcurrir y el discurrir entre la tierra firme del hogar perdido, la tierra incógnita de los viajes reflexivos, y la página de la escritura en el espacio abierto. Poesía vivida, fugaz y tentativa, su calidad sensitiva es patente. Vulnerable, el poeta ve el mundo como un espectáculo provisorio pero fatal; y el poema se le impone como una señal incisiva, una herida abierta en el discurso. Entre el drama de lo inmediato y la ironía de su recuento, Pedro Granados deja en este libro (como Tàpies en la grisura errática del mundo) los signos de su habla grabada a pulso, esto es, con zozobra y verdad. Esa identidad emocional lo reconduce más allá del muro y la memoria, a la comunicación capaz de humanizar la piedra y el lodo del exilio"
Julio Ortega


Para Charo

No fue un amor a primera vista. Digamos que él era una piedra intrusa sobre el asfalto nuevo. Podía ser arremetida por algún neumático; podía ser recogida por cualquier prudente, o rechazada por un odiador de piedras. Lo cierto es que él tenía el brillo de las piedras, ese brillo.

Ella es bella, y en ese tiempo lo era más todavía; pero no fue un amor a primera vista. Digamos que ella era tierna y olorosa como el lodo, empleando una imagen cercana. Y esto es lo paradójico de toda la historia, ¿qué pasa cuando la piedra y el lodo se encuentran? Literalmente, él se adosó y se sumergió, y ella lo tragó y lo fue tragando como sólo ella podía hacerlo.

¿Qué sucedió después? o ¿qué ocurre ahora? No lo sé. Sólo escucho el estrépito de los autos, sólo siento el vibrar de esta masa resinosa debajo de mí, y percibo las voces, algunas fugaces voces. Estoy ciego, con una costra dura que me cubre todo el cuerpo, y casi sin poder respirar.

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