sábado, 13 de febrero de 2010

El fuego que no es el sol


Pedro Granados, El fuego que no es el sol (Lima: Ediciones de los lunes, 1993)

Pedro Granados es un hombre solo a quien la ternura y el amor por el Perú han inmunizado de las pedanterías del posmodernismo. Esto porque, a pesar de ser un autsider, el poeta y su poesía, lo repito, nos cuenta de inmensas ternuras, del amor pleno y evidente a sus hermanos, a este país de soledades, de amargas maravillas y, por lo tanto, de inevitables compromisos. El fuego que no es el sol es un libro de poemas para leerlo en voz alta y en voz baja. Esa es otra de sus virtudes. El hombre solo que lo escribió nunca estuvo solo, finalmente. Con este ejemplo, el posmodernismo puede irse de paseo, preocupadísimo y muy bien pagado.
Luis La Hoz


[Cada vez me parezco más a mi hermano Germán]
Cada vez me parezco más a mi hermano Germán.
Huaco mochica, cabeza jíbara, ojos de lagarto.
Cierta timidez esencial nos iguala,
cierta desenfocada imagen que se lleva el viento.
El transita ahora por la economía informal
y siempre fue el más indio de la familia;
yo estoy ligado a una gran institución extranjera
y siempre fui como el marqués de la familia.
Nos unen muchos rasgos comunes,
sobre todo en el abatimiento:
una suerte de aprehensión en el rostro,
cierta manera de lucir los dientes --los suyos postizos--
como pato dentado
(un palmípedo volador
que comía ostras).
Así es mi hermano,
así soy yo,
bueno con los dientes
para encontrar la última carnecita --la escondida--
en ese rincón de sobrevivientes
que es el Perú.
De su bondad --de la de mi hermano--
mejor no hablo.
Aunque se parece a la del anticucho,
puro corazón atravesado.

[Empezar a acariciar la página]
Empezar a acariciar la página
y empezar a merecerlo todo.
El tiempo como un gato manso
y cariñoso,
esta lluvia --que es el amor-- casi impalpable
y tan real,
un recuerdo agradable
del Perú,
una maquisapa --que fue un gran amor--
enroscada nuevamente a estas palabras,
a esta mano de venas protuberantes
y esquivas.
Empezar a acariciar la página,
poner hacia el lodo las piedras filudas,
hacia la tierra blanda.
Empezar, en fin, a cederle a la página
lo que ni siquiera ya soñamos
ni tampoco esperamos.
Es ella la que espera,
es ella la que sueña.

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