miércoles, 21 de julio de 2010

LO PENúLTIMO


Pedro Granados, Lo penúltimo (Cambridge, Mass: ASALTOALCIELO, 2001) ISBN: 1-892620-09-X

Dos poemas españoles
I

Gaviotas y garzas
alrededor de las colinas.
Adelante, Córdoba.
El mismo desabotonado cielo
nos ausculta.
Vamos derecho (como una flecha)
a ninguna parte.
Vamos curvos (como un recuerdo)
a nosotros mismos:
A nuestro corazón.
Córdoba es una garra de gallo
sobre la pluma de la gallina:
Un aire amordazado.
Córdoba es su fuente de agua:
Unas rayas de tigre
debajo de esta fuente.

II
Amanecer en Madrid.
Amanecer en invierno.
Hay sopas:
De ajos.
Castellana.
Consomé de la casa.
Origen de las nuestras.
Los ojos de la señora
que atiende en la barra.
Origen de los ojos de todas
nuestras madres y de todas
nuestras mujeres.
Necesitar esos ojos.
Necesitar acariciarlos,
besarlos, copularlos.
Todo a un tiempo.
Queremos decir que estamos
en un amanecer en Madrid.
Pero la banalidad
no es lo nuestro. Sí,
las canciones.
Las canciones y esta luz
que se arroja lenta
desde el trampolín del cielo.
Ya me duele el alma
de tanto quererte.
Pero lo nuestro no es la banalidad.


Notas al Inca Garcilaso

Soy viejísimo.
Realmente lo soy.
Mi madre hablaba en quechua
con mi tía Raquel
a la hora del lonche.
Me encantaba verlas alegres
en un lenguaje que no entendía,
que jamás entendí.
Con mi tío Epifanio mi madre también hablaba en quechua,
y aunque él andaba lejos
--inmerso en el trajín de su prole numerosa--
cuando ella murió, musitó:
“ahora sí que nos quedamos realmente solos”.
El quechua es un idioma que nunca he entendido.
Pero que consideraba mío por derecho propio,
hablaban y cantaban con él mi madre y mi padre.
Cantaron alguna vez --ya muy mayores--
un hermoso yaraví que quebró de canto a canto
la pequeña vasija que era nuestra casa.
Mi padre y mi madre se amaron, pues, a su manera.
Y compartieron todavía --después de aquel inolvidable yaraví--
como unos veinte años más con nosotros.
Resulta increíble estar escribiendo
sobre estas cosas. Se nota que también
nos vamos a morir.
Y jamás habremos aprendido el quechua.
Aunque es la palabra íntima de nuestra madre,
y los ojos pequeños y desconcertados de nuestro padre,
y el fuelle oculto en el corazón
de nuestros queridísimos hermanos.
Lo único que sabemos es que en quechua
no se puede vivir. En este orden de cosas.
Comunicarte en esta lengua es literalmente suicidarte.
Te aprietan fuertísimo la garganta
y el corazón se te sale de una vez por los ojos.

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